Milliken y Mae Mae siempre han vivido en la trinchera, es lo único que conocen. Nacieron en ella y morirán en ella, como el resto de su gente. Nadie sale de las enormes paredes de hielo que la rodean. La vida en ella es hostil, pero sencilla si sigues las normas. Regla número uno, la trinchera provee. Todo lo necesario para vivir crece en sus paredes, nada bajo el hielo, o está en los dones que los dioses fríos dejaron. Regla número dos, nunca, nunca se sale de la trinchera. Fuera de la trinchera solo hay muerte. Los vientos de arriba arrancarían la carne de los huesos de cualquiera. Regla número tres, la trinchera nunca se acaba. Se extiende hasta el infinito en ambas direcciones. Buscar el final solo lleva a la muerte y la locura. Dejar la trinchera significa despertar al hombre de nieve, la muerte personificada.
En el duodécimo cumpleaños de Milli, su padre lleva a las dos niñas a patinar durante la noche por la trinchera, un ritual de mayoría de edad en el que poner en práctica la pesca en el río helado, cazar a los perros salvajes que deambulan por sus orillas y dar las gracias de forma apropiada a sus dioses: los Fríos. A su regreso descubren que el hombre de hielo no es una leyenda. Existe… y ha venido a matarlos a todos. Ahora queda resolver una duda: ¿quién se ha saltado las reglas?